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Todos, de una u otra
forma, soñamos. Tenemos esperanza de que nuestra vida cambie de improviso ante
posibilidades simples basada solo en fantasías.
Es un atributo dado por la capacidad de predecir los resultados de
nuestras propias acciones.
¿Qué tantas
posibilidades tienen esas ilusiones de volverse realidad? La verdad es que son
muy pocas, aunque las ensoñaciones frecuentes pueden darnos motivación a buscar
esas metas de forma activa.
La mayoría no dejan
que las divagaciones consuman su tiempo, ellos consideran que son perdidas
muchas horas.
Sin embargo, para un
grupo, los idealistas, que algunos llaman ilusos, le dedican más tiempo a
dejarse envolver en los sueños que lo más seguro es que nunca se materialicen.
¿Esos ensueños sirven? La verdad es que dan beneficios a los
soñadores. No es algo material, es más bien espiritual. Primero, las fantasías
flexibilizan el cuerpo, y el cerebro reacciona liberando hormonas de placer.
Esto nos lleva a relajarnos más y a planear posibles acciones en un futuro que
tal vez servirán de guía en caso de que las circunstancias cambien.
Lo segundo es que dedicamos más tiempo a nosotros mismos, a
nuestro interior. Sería algo cercano a una meditación que relaja el cuerpo y le
da un “reinicio” al cerebro.
La tercera. Estimula la imaginación, y esto nos lleva a
tratar los problemas desde otra perspectiva. Por lo tanto, nos volvemos más
creativos, más felices y más flexibles a la hora de afrontar nuestro día a día.
Existen otras mejoras
y ventajas en dedicar tiempo a soñar. Es preferible que nos señalen como ilusos
a perder el privilegio de poder soñar.
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