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Gerorge
Orwell y 1984
Uno de los libros más
leídos de nuestros tiempos es 1984 de Orwell, cada vez que los medios mencionan
la manipulación de la información o la vigilancia que hacen los gobiernos por
medio del Internet, Inteligencia Artificial y las grandes compañías de
informática, sus ventas se disparan. El libro es una obra de arte que describe
un mundo que en muchos lugares y tiempos se ha vuelto real para la desgracia de
sus pueblos.
El nombre real de
Gerorge Orwell era Eric Blair. Nació en 1903 en Bihar, India. Su familia estaba
muy relacionada con las actividades imperiales de Inglaterra por todo el mundo
y los primeros años de su vida fueron de privilegios. Cuando inició sus
estudios lo hizo en el Reino Unido, donde destacó como buen estudiante pasando
de un buen colegio a otro gracias a becas. Perdió su beca cuando poco antes de terminar
sus estudios obligatorios bajaron sus calificaciones, y no pudo entrar a la
universidad.
Para vivir se mudó
a Birmania donde pidió trabajo como policía imperial. En esos días, en la
década de 1920, los movimientos de izquierda revolucionarios estaban tomando
fuerza en esa nación y la población miraba con malos ojos a todo lo relacionado
al Imperio. Fue ahí donde Orwell aprendió que el odio podía ser manipulado, la
propaganda comunista hacía ver a los gobiernos imperiales como tiránicos y a su
policía como asesinos.
LA DECEPCIONANTE AVENTURA ESPAÑOLA
Orwell se dirigió a
España en 1936, en Cataluña se unió a las milicias comunistas, porque le
pareció que era lo mejor que había para hacer. La mayor parte del tiempo lo
pasó en una trinchera donde el enemigo se veía más dispuesto a esperar que a
desencadenar un ataque. Después de semanas decidió que eso era una torpeza y en
una licencia aprovechó para escapar.
ACTIVIDADES DURANTE LA GUERRA
Orwell se unió a
la BBC en agosto de 1941, asumiendo un cargo en la Sección India. Él trabajó
para la BBC hasta 1943. Su tarea consistía en crear propaganda en forma de
reseñas de noticias semanales y programas culturales destinados a enviar una fuerte
señal antifascista a la India y, al mismo tiempo, intentar fortalecer el apoyo
leal de la India al esfuerzo bélico británico.
Con frecuencia, el
mensaje que Orwell transmitió a la India estaba en conflicto directo con su
propia postura antiimperialista. Aunque Él trabajó duro para realizar su tarea
dentro de las pautas requeridas, el Ministerio de Información lo censuraba
regularmente. A menudo, el trabajo de censura se delegó a los colegas de Orwell
dentro de la BBC. Por ejemplo, a él se le impidió invitar a HG Wells y George
Bernard Shaw a presentarse en la radio porque se los consideraba críticos con
la guerra.
LA CRÍTICA DE LA NOVEL
Todas esas
experiencias y otras más, llevaron a Orwell a escribir la novela. Él luchó para
completar Mil novecientos ochenta y cuatro, que se publicó en junio de 1949. El
escritor murió de tuberculosis en 1950, tenía cuarenta y seis años.
Esta novela y La
rebelión en la Granja, son críticas hacia los sistemas totalitarios, en ese
tiempo lo encarnaba el comunismo y la dictadura de Hitler, que después se
trasladaría a otras naciones. Pero su principal crítica era para el gobierno
dictatorial en Rusia. Stalin había tomado el poder al dominar el partido, y
Trotsky, el único adversario con suficiente poder para enfrentarlo, tuvo que
huir de Rusia para salvar su vida. Fue asesinado en México poco tiempo después
por un espía de Stalin.
Muchos de los
rumores que circulaban en Europa sobre las atrocidades que ocurrían en Rusia
llegaban a los oídos de Orwell y su novela tomaba los datos que él consideraba
más reales y los planteó en su novela.
Esta novela se
convirtió en un testimonio de esos crímenes, que hoy, tratan de ignorar.
LA VERDAD EN NUESTROS DÍAS
Los regímenes totalitarios surgen y se destruyen con el
paso del tiempo, pero cada nueva oportunidad los está llevando a aplicar la
tecnología actual para vigilar y someter a sus propias poblaciones.
La tecnología ha
desarrollado programas que analizan imágenes de video en tiempo real, la cual
busca algunos gestos o actitudes en el rostro y el cuerpo de todos los
transeúntes. Es fácil encontrar una actitud de disgusto, o de temor, o de odio
en los rostros de todos los transeúntes y poder mandar una señal a las
autoridades más cercanas para que los detengan.
Ya esa cámara escondida
en la habitación de un funcionario del gobierno para vigilarlo, ya es una
realidad para cualquier persona sospechosa de actividades antigubernamentales o
del crimen. Sabemos que las policías federales han interceptado teléfonos,
colocado cámaras y micrófonos en las casas de sospechosos y han recurrido a
patrones psicológicos para capturar criminales… Claro con la reglas y controles
que marca la ley de ese país.
La duda que me
queda es si esto no lo estarán haciendo en otros países y por otros gobiernos,
para controlar a sus activistas políticos que luchan contra ellos. Y otra duda
que tengo es si las grandes compañías que controlan el internet, pueden vender
la información que han dejado sus usuarios en las redes. Digamos filtrarlos por
sus preferencias, como ejemplo, políticas.
Tenemos en caso el
China, que actúa con crueldad contra la gente que trata de alejarse de los
estándares que dicta el Partido Comunista Chino. Se sabe poco de las medidas
que está tomando ese partido, pero los resultados son obvios, muchos países
democráticos los critican por sus métodos.
UN FRAGMENTO
Los personajes
centrales de la novela, por varias razones, tratan de vivir una vida aparte al
sistema, ya que ambos trabajaban en el gobierno. Se enamoran y viven juntos en
un apartamento del proletariado. Pero los capturan y para romper su espíritu de
rebeldía son torturados. En medio de la tortura el héroe entrega a su novia para
que ella también reciba en mismo castigo.
La pareja se
encuentra tiempo después, ambos con sus espíritus rotos y sin sentimientos. La
novela 1984 describe este encuentro así:
No
intentó besarla ni hablaron. Cuando marchaban juntos -por el césped, lo miró
Julia a la cara por primera vez. Fue sólo una mirada fugaz, llena de desprecio
y de repugnancia. Se preguntó Winston si esta aversión procedía sólo de sus
relaciones pasadas, o si se la inspiraba también su desfigurado rostro y la agüilla
que le salía de los ojos. Se sentaron los dos en dos sillas de hierro uno al
lado del otro, pero no demasiado juntos. Winston notó que Julia estaba a punto
de hablar. Movió unos cuantos centímetros el basto zapato y aplastó con él una
rama. Su pie parecía ahora más grande, pensó Winston. Julia, por fin, dijo sólo
esto:
-Te traicioné.
-Yo
también te traicioné -dijo él.
Julia lo miró otra vez con disgusto. Y dijo:
-A
veces te amenazan con algo..., algo que no puedes soportar, que ni siquiera
puedes imaginarte sin temblar. Y entonces dices: «No me lo hagas a mí, házselo
a otra persona, a Fulano de Tal». Y quizá pretendas, más adelante, que fue sólo
un truco y que lo dijiste únicamente para que dejaran de martirizarte y que no
lo pensabas de verdad. Pero, no. Cuando ocurre eso se desea de verdad y se
desea que a la otra persona lo hicieran. Crees entonces que no hay otra manera
de salvarte y estás dispuesto a salvarte así. Deseas de todo corazón que eso
tan terrible le ocurra a la otra persona y no a ti. No te importa en absoluto
lo que pueda sufrir. Sólo te importas entonces tú mismo.
-Sólo
te importas entonces tú mismo -repitió Winston como un eco.
Y después de eso no puedes ya sentir por la
otra persona lo mismo que antes.
-No -dijo
él-; no se siente lo mismo.
No parecían tener más que decirse. El viento
les pegaba a los cuerpos sus ligeros «monos». A los pocos instantes les
producía una sensación embarazosa seguir allí callados. Además, hacía demasiado
frío para estarse quietos. Julia dijo algo sobre que debía coger el Metro y se
levantó para marcharse.
-Tenemos que vernos otro día -dijo Winston.
-Sí,
tenemos que vernos -dijo ella.
Winston, irresoluto, la siguió un poco. Iba
a unos pasos detrás de ella. No volvieron a hablar. Aunque Julia no le dijo que
se apartara, andaba muy rápida para evitar que fuese junto a ella. Winston se
había decidido a acompañarla a la estación del Metro, pero de repente se le
hizo un mundo tener que andar con tanto frío. Le parecía que aquello no tenía
sentido. No era tanto el deseo de apartarse de Julia como el de regresar al
café lo que le impulsaba, pues nunca le había atraído tanto El Nogal como en
este momento. Tenía una visión nostálgica de su mesa del rincón, con el periódico,
el ajedrez y la ginebra que fluía sin cesar. Sobre todo, allí haría calor. Por
eso, poco después y no sólo accidentalmente, se dejó separar de ella por una
pequeña aglomeración de gente. Hizo un desganado intento de volver a seguirla,
pero disminuyó el paso y se volvió, marchando en dirección opuesta. Cinco
metros más allá se volvió a mirar. No había demasiada circulación, pero ya no
podía distinguirla. Julia podría haber sido cualquiera de doce figuras borrosas
que se apresuraban en dirección al Metro. Es posible que no pudiera reconocer
ya su cuerpo tan deformado.
«Cuando ocurre eso, se desea de verdad», y
él lo había pensado en serio. No solamente lo había dicho, sino que lo había
deseado. Había deseado que fuera ella y no él quien tuviera que soportar a
las...
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