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Entre las nubes de humo y polvo que recorrieron las calles
de Manhattan el 11 de septiembre del 2001, se encontraban muchas mujeres
embarazadas. El hospital Monte Sinaí, al ver la dimensión de esta tragedia,
pidió voluntarios entre sus médicos para atender a las personas que fueron
testigos de este hecho, sabían que ellos podrían presentar síntomas de ansiedad
y depresión. Esperaban detectar las primeras señales de un padecimiento
psicológico conocido como estrés pos-traumático y, así, darle seguimiento a largo
plazo.
Al Hospital Monte
Sinaí acudieron muchas personas y, entre ellas, se encontraban 187 mujeres
embarazadas. Las cuales mostraron estrés por-traumático, pero lo sorprendente
es que también los niños nacidos meses después tuvieron los mismos problemas.
El peligro inminente
Desde tiempo atrás se ha confirmado que las experiencias
adversas pueden influenciar la próxima generación a través de múltiples vías. Se
investigaba los casos de padres que habían sobrevivido a situaciones
desesperadas y que presentaban trastornos mentales por dichas experiencias.
Desde sobrevivientes a alguna guerra, exterminios u otra catástrofe. Lo extraño
era que los hijos de ellos también presentaban afectaciones similares a las que
experimentaron sus padres, y que no habían vivido de forma directa estos
eventos.
Para saber si una persona padecía problemas de estrés
pos-traumático se recurre a localizar la abundancia de la hormona cortisol. Si
dicha hormona tiene niveles bajos en la sangre, se sabe que esta persona padece
de problemas de estrés. Los niños nacidos en los primeros meses después de la
tragedia, no solo llegaron al mundo con bajo peso, sino que también, en su
saliva, se encontró un nivel reducido de cortisol (hormona que frena el
estrés). El efecto fue más prominente en los bebés cuyas madres estaban en su
tercer trimestre ese trágico día.
Estos estudios fueron comparados con otros que monitorearon
grupos de individuos que fueron sometidos a distintas catástrofes, como
soldados en una guerra o personas que sobrevivieron a exterminios masivos.
Encontrándose el mismo patrón de heredabilidad de los traumas de padres a
hijos.
Trauma aprendido
Durante mucho tiempo se pensó que los padecimientos que
presentaban los hijos de padres con estrés pos-traumático eran trasmitidos a
los hijos por medio del ejemplo. Que el comportamiento violento y
autodestructivo de los padres eran observados y aprendido por los hijos. Estos
consideraban que esa forma de actuar era normal y la imitaban.
Pero las evidencias que se encontró en los bebes de menos de
un año de edad, que en análisis de saliva demostraron tener niveles bajos de
cortisol, demostraron que el problema será más complejo.
La Epigenética
Buscando las causas a este padecimiento encontraron la
metilación, un mecanismo que altera, de forma superficial, los genes impidiendo
que se expresen. Estos se adhieren a la molécula de ADN en una sección que
contiene un determinado gen. En esto, un
metilo se une a la cadena de ADN, impidiendo la activación del gen, que pueda
ser leído y se fabrique la proteína que esté escrita en esa parte de la
información genética. En el caso del padecimiento pos-traumático, se inhiben
los genes que producen las proteínas que mantienen al cuerpo tranquilo cuando
aparecen problemas y, en cambio, se fabrican más proteínas que preparan al
cuerpo para defenderse, provocando el estrés.
Los metilos son móviles y se pueden unir al ADN o ser
eliminado de este, por lo mismo son una manera de regular la expresión de los
genes en circunstancias especiales.
Dichas metilaciones de los genes que provocan el estrés
pos-traumático, los metilos, ya se encuentran adheridos al ADN en las células
reproductivas de uno o ambos padres al momento de concebir al nuevo hijo.
La epigenética explica por qué los efectos del trauma pueden
perdurar mucho después de que desaparece la amenaza inmediata y del largo tiempo que permanece con los niños.
Estres pos-traumaticos
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predisposición al estrés
Traumas
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